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del sacrificio de Cristo en la cruz: luego verificado este sacrificio figurado por todos los que le precediéron, debieron estos cesar del todo, y quedar no solo inútiles, sino proscriptos, é ilícitos desde entónces para siempre*; no pudiendo ya figurar como futuro, sin una insigne mentira, lo que ya no era futuro, sino presente, ó pasado, &c. A este terrible argumento (que así ha parecido á muchos) yo respondo brevísimamente con estas dos preguntas. Primera los antiguos sacrificios legales, ó no legales, fueron solamente figuras del sacrificio de Cristo en la cruz, y nada mas? Segunda: ¿ lo que fué figura de una cosa futura, no puede jamás en ningun caso quedar vivo, ó coexistente con lo que figuraba? Tan falso parece lo uno, como lo otro.

229. Cuanto á lo primero: si leemos la historia sagrada y las historias de todas las naciones, no hallámos otra origen de los sacrificios, sino la íntima persuasion del hombre de la existencia de un Dios, y de su dependencia total de este Ser infinito que lo habia criado, y de cuya beneficencia recibia todo cuanto tenia. Así se ve, que los sacrificios empezaron con el hombre, y Dios los recibió con agrado siempre, mientras naciéron de aquel principio: esto es, de un corazon simple, fiel, agradecido, religioso y pio. Dios, como infinitamente grande y felicísimo en sí mismo, no tiene ciertamente necesidad alguna de los obsequios y sacrificios del hombre: Por ventura (dice por David). comeré carnes de toros? ¿ó beberé sangre de machos de cabrio? Si tuviére hambre, no te lo diré : porque mia es la redondez de la tierra, y su plenitud +. Mas el hombre siempre tiene obligacion y necesidad de obsequiar á su Dios, y darle señales esternas de su entera dependencia. Y de qué otro modo mas simple y mas natural podia dar estas señales esternas, sino ofreciendo sacrificios en honor

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Numquid manducabo carnes taurorum?¿ aut sanguinem hircorum potabo? Si esuriero, non dicam tibi: meus est enim orbis terræ, et plenitudo ejus. — Ps. xlix, 13 et 12.

y culto de Dios, ó haciendo sagrada alguna parte de lo que

recibia de su mano?

230. Es verdad, ¡y quién puede dudarlo? que los antiguos sacrificios, fuesen ó no con efusion de sangre de animales, y de estos no solamente los que precediéron á la ley, sino tambien los que ordenó Dios á su pueblo con ciertas leyes y ceremonias, nada tenian, y nada obraban por sí mismos, ó por su misma naturaleza*, como se esplican los escolásticos; todo su buen efecto dependia de la fe, piedad y sincero corazon del oferente. Así dice la Escritura: miró el Señor á Abél, y á sus presentes. Mas á Cain, y á sus presentes, no mirót. Y esto ¿por qué? No cierto por la diversidad de ofrendas y sacrificios, sino por la diversidad de corazones. Aun en el templo de Jerusalén, nos dice la historia sagrada, que unas veces aceptó Dios, y dió muestras bien claras de serle agradables los sacrificios que allí se le ofrecian, como en los tiempos de Salomón, de Ezequías, de Josías, de Nehemías, &c.: y en otros tiempos dió muestras claras de todo lo contrario.

231. De aquí se sigue á mi parecer, que los sacrificios con que antiguamente se le daba culto esterno al verdadero Dios, así antes como despues de Moisés, no fueron solamente figuras, ni fueron instituidos y ordenados únicamente para figurar, ó significar, ó anunciar el sacrificio de Cristo en la cruz; sino tambien y primariamente para otros fines justos, religiosos y pios, y en aquellos tiempos necesarios. Si solamente hubiesen sido instituidos para figurar el sacrificio de Cristo en la cruz; lo primero: Dios hubiera revelado este secreto á alguno de sus antiguos amigos: v. g. á Noé, á Abrahan, á Moisés, á David, ó á alguno de los Profetas; y en este caso nos quedáran en las Escrituras siquiera algunos vestigios claros é indubitables de esta institucion y del fin único á donde esta se enderezaba; los

* Sive ex opere operato.

+ Respexit Dominus ad Abel, et ad munera ejus. Ad Caïn verò, et ad munera illius non respexit. — Gen. iv, 4 et 5.

TOMO III.

M

cuales vestigios claros é indubitables se buscan y no se hallan. Lo segundo y principal: en este caso los antiguos sacrificios siempre hubieran sido aceptos á Dios: siempre los hubiera recibido y agradádose en ellos, por lo que figuraban, aunque le desagradase por otra parte la iniquidad é indignidad de los oferentes. Por consiguiente, no hubiera dicho por Isaías: ¿Qué me sirve á mí la muchedumbre de vuestros sacrificios...? harto estoy. No quiero holocaustos de carneros, ni sebo de animales gruesos, ni sangre de becerros, y de corderos, y de machos de cabrio... No ofrezcáis mas sacrificios en vano: el incienso es abominacion para mí*. Y cierto que no dijo esto Dios del sacrificio del justo Abél, ni del de Noé, ni del de Abrahan, ni del de Melquisidec, &c.: antes dice la Escritura, hablando del sacrificio de Noé: olió el Señor olor de suavidad +:... y la Iglesia en el cánon de la misma misa ora á Dios que acepte aquel sacrificio: así como aceptaste (le dice) los dones del justo Abél tu siervo, y el sacrificio de nuestro patriarca Abrahán, y el que te ofreció Melquisedec tu sumo Sacerdote, &c. Por todo lo cual (y por otras razones no tan inmediatas, que omito por no alargarme inútilmente en su esplicacion) yo tengo por ciertísimo con Santo Tomás, que el fin primario é inmediato de la institucion de los antiguos sacrificios, fué el culto divino y la elevacion de nuestra mente a Dios §. No por esto niego, antes confieso con todos y con el mismo Santo Tomás, el otro fin secundario é indirecto, que fué la significacion ó

¿Quô mihi multitudo victimarum vestrarum?... plenus sum. Holocausta arietum, et adipem pinguium, et sanguinem vitulorum, et agnorum, et hircorum nolui... Ne offeratis ultrà sacrificium frustrà: incensum abominatio est mihi.- Isai. i, 11 et 13.

+ Odoratusque est Dominus odorem suavitatis. Gen. viii, 21. ↑ Sicuti accepta habere dignatus est munera pueri tui justi Abel, et sacrificium Patriarchæ nostri Abrahæ, et quod tibi obtulit summus Sacerdos tuus Melchisedec. - Ex Canon. Missæ.

§ Ut Deus coleretur, et mens offerentis ordinaretur ad Deum.— Div. Thom. 1. ii, q. 102, art. iii.

figura del sacrificio de Cristo en la cruz, pues esto lo hallo espreso en la Escritura misma. Si alguno no obstante, quiere persuadirnos que este último fin fué el primario en la mente de Dios, y aquel el secundario, yo no pienso entrar en esta disputa, no menos molesta que inútil, pues para mi propósito nada importa.

232. Mi segunda pregunta es esta: ; lo que fué figura de una cosa futura, no puede jamás en ningun caso posible coexistir con aquello mismo que figuraba? Yo no hallo en esto repngnancia alguna, antes me parece una cosa bien obvia y bien facil de suceder; y aunque pudiera producir aquí no pocos ejemplares (que no tardaré mucho en apuntar) me basta por aora el templo mismo de Jerusalén y sus legales, ó los sacrificios que en él se ofrecian por institucion divina al verdadero Dios. Aquel templo (decís con todos) fué figura de nuestra Iglesia presente, y los sacrificios que en él se ofrecian á Dios, fueron figuras del sacrificio de Cristo en la cruz. Bien: yo creo lo mismo, y lo tengo por indubitable; mas con todo eso, sé de cierto, que este mismo templo, que tantos siglos habia figurado nuestra Iglesia, coexistió con ella ya fundada, establecida y propagada en Asia, Africa y Europa, muy cerca de 40 años. Sé del mismo modo, que aun habiéndose verificado plenísimamente el sacrificio de Cristo en la cruz, los sacrificios de aquel templo no cesaron, sino que prosiguieron sin novedad alguna con la misma solemnidad, y con las mismas ceremonias instituidas y mandadas por el mismo Dios.

233. Diréis sin duda, que en aquellos 40 años, ni el templo, ni sus sacrificios significaban ó figuraban cosa alguna futura, pues lo que tantos siglos antes habian significado ó figurado, ya no era futuro, sino presente ó pasado; por consiguiente, ya eran como si no fuesen, &c. Con todo eso, digo yo; aquel mismo templo que tantos años habia figurado, y ya no figuraba cosa futura, existia

* Ad Heb. ix et x.

entónces: era realmente templo de Dios: era casa de oracion: los Cristianos que tenian las primicias del espéritu*, entraban en él, oraban en él, adoraban en él al verdadero Dios. Del obispo mismo de Jerusalén, S. Jacobo, dice su historia: á este solo le era permitido entrar al Sancta Sanctorum. Si esto es verdad, ¿ á qué entraba al templo este santo obispo, si ya el templo era entonces como si no fuese? Del mismo modo discurrímos de los sacrificios. Lo que estos habian significado 6 figurado, estaba ya verificado plenamente, y con todo los sacrificios prosiguieron siempre en honor y culto del verdadero Dios, hasta que los Romanos destruyeron el templo; ni los Cristianos tuviéron jamás escrúpulo de asistir á dichos sacrificios. A todo esto se puede añadir lo que dice S. Lucas: una grande multitud de los Sacerdotes obedecian tambien á la fet. Si estos sacerdotes (ó alguno de ellos) tenian oficio, ó ministerio en el templo, lo dejarían, 6 ¿ lo deberían dejar por haberse hecho Cristianos? ¿Acaso disimularían en el templo, ó con los otros sacerdotes no Cristianos, que ellos lo eran? Y si no lo disimulaban, lo cual ciertamente les sería ilícito, ; serían privados de su ministerio y arrojados del templo? Nada de esto nos dice el historiador sagrado, y parece inverosimil que no insinuase algo, si hubiera habido alguna novedad.

234. De todo lo cual, y de otras mil reflexiones que es facil hacer sobre este asunto, me parece que podémos concluir legítimamente, que así el templo de Jerusalén, como sus sacrificios y demás legales, no fueron solamente figuras, ó meras significaciones de lo futuro, pues pudieron permanecer y perseverar en su ser natural (religioso y pío), aun despues de haberse llenado enteramente lo que habian figurado. Fuera de que yo no hallo repugnancia alguna, ni el mas mínimo inconveniente de que tambien perseverasen aquellos 40 años, aun en calidad de figuras, no cierto de cosas todavia futuras, sino de cosas presentes y plena* Primitias spiritûs habentes.-Ad Rom. viii, 23.

+ Multa etiam turba Sacerdotum obediebant fidei. Act. vi, 7.

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