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razon) vieron en espíritu el paraiso celestial, ó el lugar determinado donde Dios se manifiesta á sus ángeles y santos, &c. A esta pequeña dificultad me reconozco obligado, y confieso que debo responder de un modo simple, claro y perceptible.

419. En primer lugar: el testo de S. Pablo hablando de sus visiones y revelaciones, es este: Conozco á un hombre en Cristo, que catorce años ha fué arrebatado: si fue en el cuerpo, no lo sé, ó si fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe, hasta el tercer cielo. Y conozco á este tal hombre... que fué arrebatado al paraiso*. De aquí concluis con mas que mediana ligereza, que el paraiso celestial, ó el lugar determinado, fisico y real donde Dios se manifiesta aora, y se manifestará eternamente á los ángeles y santos, &c. debe estar en el tercer cielo. Mas como os avergonzais ya de aquella multitud de cielos sólidos, unos sobre otros y todos trasparentes, que imaginaron los antiguos, aora veo que en lugar de ellos imaginais solo tres, los dos primeros fluidos ó líquidos, y el tercero sólido. El primero llamais aëreo: esto es, tedo la atmósfera que circunda por todas partes nuestro orbe terráqueo, y no hay ya duda de que esta atmósfera se llama frecuentemente cielo en la Escritura santa, así como se le da este nombre en todos los pueblos y naciones, cada uno conforme á su lengua. El segundo que llamais etereo cual es este? Es, decis, todo el espacio inmenso é indefinido donde habitan y nadan la luna, el sol, los planetas, los cometas, las estrellas sin número, &c. El tercero superior á todos, es el que llamais cielo empíreo, mas allá del cual no hay cosa alguna.

420. Mas todo esto, amigo mio, ¿qué otra cosa es sino suponer y afirmar sin prueba alguna lo mismo que disputá

* Scio hominem in Christo, ante annos quatuordecim, sive in corpore, nescio, sive extra corpus, nescio, Deus scit, raptum hujusmodi usque ad tertium cœlum. Et scio hujusmodi hominem... Quoniam raptus est in paradisum. 2 ad Cor. xii, 2, 3 et 4. + Unusquisque secundùm linguam suam.

Gen. x,

5.

mos? Nuestra presente controversia rueda únicamente sobre un punto de apoyo: á saber, si hay en la naturaleza un cielo sólido, altísimo, igneo, ó sea lucido, superior á todo lo criado material, en cuya superficie esterna, ó convexidad inmensa 6 inmensurable haya un lugar determinado, 6 un paraiso donde se manifieste á los bienaventurados la gloria de Dios y Dios mismo. Y vos me respondeis distinguiendo tres cielos, aëro, etereo, y empíreo: los dos primeros fluidos, y el tercero sólido. ¿ Mas todo esto sobre qué fundamento? ¿Sobre qué revelacion auténtica y clara? ¿Sobre qué buena fisica? No os he negado ya vuestro cielo platónico que llaman empíreo? ¿Con qué buenas razones lo probais de nuevo? Solo con suponerlo, é imaginarlo, y despues afirmarlo.

421. Fuera de esto: hagámos aquí como de paso una brevísima reflexion. El primer cielo, decís, que el aëreo ó la atmósfera de nuestro globo: pues así se llama frecuentísimamente en la Escritura santa: como cuando se dice: nubes del cielo..., aves del cielo, &c. ¿Y pensais, amigo, que en todo el universo mundo no hay mas atmós. fera que la nuestra? ¿ Consultad este punto con los que saben algo de astronomía fisica, y os darán una gran lista de otras innumerables atmósferas, ó de otros cielos aëros análogos al nuestro. Primera: la atmósfera de la luna (si es que la tiene, como pretenden muchos modernos, y si la tiene será tenuísima, segun mi pobre juicio): segunda, la de Venus, tercer cielo de los antiguos: tercera, la de Mercurio: cuarta la del Sol, que parece indubitable; ni se ha hallado hasta aora otra causa de las auroras boreales, ó de las austreales, que de todo hay en ambos hemisferios: quinta, la de Marte: sesta, de Júpíter: séptima, la de Saturno. A las cuales se pueden añadir dentro de nuestro sistema planetario otras nueve mas (si acaso no hay otras atmósferas): cuatro de las lunas, que llaman satélites de Júpiter, y cinco de Saturno: fuera de las grandes y prodigiosas atmósferas de los cometas (cuyo número nadie sabe) cuya prodi

giosa estension se deja ver cuando se acercan algo á nuestro globo.

422. Si de aquí subimos mas arriba, por cualquiera punto que sea de este globo nuestro en cuya superficie habitámos; si nos metémos con nuestra consideracion en el oceano inmenso de las estrellas que llamámes fijas: ¡ó Dios! ¡ qué cosas no hallámos! ¡O, qué infinidad de globos que nadan en el eter, como náda el nuestro, y qué infinidad de atmósferas análogas á nuestra atmósfera! De aquí se sigue por una ilacion racional y justísima, que vuestros cielos aëreo y etéreo, ó son uno mismo en la sustancia con diversos nombres y bajo diversa consideracion, ó son cielos ciertamente infinitos é innumerables. Y de vuestro tercer cielo sólido, platónico y superior á todos, ¿qué quereis que os diga, carísimo Cristófilo, sino que es un cielo supuesto é imaginario?

423. Con la distincion de vuestros tres cielos aëreo, etereo, y empíreo, que me ha sido preciso oír y meditar, casi me habia olvidado del testo de S. Pablo, sobre que empezámos á discurrir. Respondo, pues, á esta pequeña dificultad (y junto con ella á la que se toma sin apariencia de razon de dos ó tres lugares de los Profetas) que el doctor y maestro de las gentes escribió una epístola á los Cristianos de Corinto, ciudad en aquel tiempo grande y una de las principales de la Grecia, y se acomodó prudentísimamente (como siempre lo hacia en otros asuntos indiferentes que no pertenecian á su ministerio) se acomodó, digo, prudentísimamente al modo de pensar de los mismos Corintios sobre su sistema de los cielos. No podeis ignorar, si sabeis algo de historia antigua, quo en la Grecia, donde tanto florecieron las artes y las ciencias, hubo varias academias, y no en todas se enseñaban unas mismas doctrinas, ó se seguian unas mismas opiniones, principalmente sobre el sistema celeste. En unas se enseñaban ó imaginaban siete cielos: en otras ocho, y sobre el octavo los campos eliséos: en otras nueve: en otras once y en otras solo tres, aunque sólidos. Si en

Corinto se seguia esta última opinion, y suponian sobre el tercero los campos eliséos, ó el paraiso á su modo: ¿qué mucho que el sapientísimo y prudentísimo Apostol les hablase en su lenguage, ó segun su propia opinion? ¿No habló del mismo modo á los Atenienses cuando les dijo: A aquel pues, que vosotros adorais sin conocerlo, ese el que yo os anuncio *? No les dice á los Romanos: al que es flaco en la fe (ó en la opinion) sobrellevadlo, no en contestaciones de opinioues... cada uno abunde en su sentido +?

424. Fuera de que es ciertísimo y bien digno de nuestra consideracion, que en cosas puramente fisicas que no pertenecen á la religion, ni al dogma, ni á la moral, todos los escritores sagrados hablaron siempre como habla el pueblo, y este hablaba como se hablaba en otras naciones: ni el Espíritu santo enseñó jamás alguna verdad de pura fisica á ninguno de sus Profetas. Así que hablaron de los cielos y de los cuerpos celestes, no como son en la realidad, sino como aparecen á nuestros ojos; lo cual es preciso reconocer y confesar, so pena de gravísimos inconvenientes. S. Jerónimo sobre el cap. xxviii de Jeremías, dice estas palabras: en la Escritura Santa se dicen muchas cosas segun la opinion de aquel tiempo en que se refieren los hechos; y no segun lo exigia la verdad de la cosa. Si esta sentencia de este sapientísimo doctor es verdadera (como yo la tengo por tal) lo es principal y tal vez únicamente en cosas de pura fisica, en que el Espíritu Santo, que habló por los Profetas, ha observado siempre

* Quod ergo ignorantes colitis, hoc ego annuntio vobis. — Act. xvii, 23.

+ Infirmum autem in fide [sive opinione] assummite, non in disceptationibus cogitationum... unusquisque in suo sensu abundet.— Ad Rom. xiv, 1 et 5.

Multa in Scripturis Sanctis dicuntur juxta opinionem illius temporis, quo gesta referuntur; et non juxta quod rei veritas exiS. Hyeron. in c. xxviii Jerem.

gebat.

un profundísimo silencio, dejándolas todas á la ocupacion y disputas de los hombres: Vi la afliccion, que dió Dios á los hijos de los hombres, para que se llenen de ella (dice el mas sábio de los hombres): Todas las cosas hizo buenas en su tiempo, y entregó el mundo á la disputa de ellos...*.

425. La respuesta á tres ó cuatro lugares que citais de los Profetas, y aun del Apocalipsis, es mucho mas fácil. Estos, decís, vieron en no sé qué lugar determinado, la gloria de Dios, y á Dios mismo rodeado de innumerables ángeles, sentado sobre un sólio alto y elevadot: como dice Isaías cap. vi, Daniel cap. vii, Ezequiel cap. i, y S. Juan en varias partes de su Apocalipsis, especialmente en el cap. iv, y v. Mas ; ignorais, ó Cristófilo, que todas ó casi todas las visiones de los Profetas de Dios fueron visiones imaginarias? Si acaso no entendeis bien lo que quiere decir vision imaginaria, consultadlo con espíritu humilde, con los maestros de la vida espiritual. Os responderán todos unánimemente, lo primero: que se llama vision imaginaria, no porque el Profeta ó vidente se la forme á sí mismo, ó se la imagine, ó componga, sino porque el mismo Espíritu de Dios se la propone y hace ver al alma, por figuras ó imágenes análogas á las que le han entrado ya por las puertas de los sentidos. Estas imágenes, como enseña la admirable doctora mística santa Teresa, no son imágenes muertas semejantes á una pintura ó á una estátua, sino imágenes vivas, cuya diferencia realmente infinita no puede dejar de conocer el alma, &c. Sé que de estas cosas se rien muchísimos sabios en sí mismos; mas tambien sé que es verdadera y constantemente probada por larga esperiencia aquella sentencia del Apostol: el hombre animal no percibe aquellas cosas,

Vidi afflictionem, quam dedit Deus filiis hominum, ut distendantur in ea. Cuncta fecit bona in tempore suo, et mundum tradidit disputationi eorum. - Eccles. iii, 10 et 11.

+ Sedentem super solium excelsum et elevatum. — Isai. vi, 1. ↑ Sibi ipsis sapientes. — Vide ep. ad Rom. xi, 25.

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