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CAPITULO IV.

EL CIELO NUEVO, Y TIERRA NUEVA.

36. CON la venida en gloria y magestad del Señor Jesus, del Hombre Dios, del Rey de los reyes, que esperámos de cierto todos los que creemos, destruidos enteramente los cielos y la tierra, que aora son, comenzarán otros nuevos cielos y otra nueva tierra, donde habitará en adelante la justicia* (dice S. Pedro en su segunda epístola, cap. iii): ¿Qué quiere decir esto? ¿Acaso quiere decir que los cielos y la tierra, ó el mundo universo que aora es, dejará entónces de ser, ó será aniquilado, para dar lugar á la creacion de otros cielos y de otra tierra? Así pudiera tal vez imaginarlo, quien leyese solamente una parte, y no todo el testo seguido y continuado. No hay duda que aun así, parece siempre oscuro y dificil; ya por sus espresiones estraordinariamente concisas, ya tambien por la colocacion de las palabras. Mas en medio de esta concision y aparente oscuridad, descubre facilmente á quien quisiere mirarle todo entero y con la necesaria atencion, su propio y natural sentido.

37. De modo (dice S. Pedro) que así como el cielo y la tierra, que eran antes del diluvio universal, perecieron por la palabra de Dios, y por el agua†, asímismo el cielo ó los cielos y tierra, que aora son, perecerán tambien por la misma palabra de Dios, y por el fuego: los cielos (son palabras del Santo), que son aora,. y la tierra, por la

• Novos verò cœlos, et novam terram secundùm promissa ipsius expectamus, in quibus justitia habitat.-2 Pét. iii, 13.

iii, 6.

Per quæ, ille tunc mundus aquâ inundatus periit.-2 Pet.

misma palabra se guardan reservados para el fuego en el dia del juicio, y de la perdicion de los hombres impios *.

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38. Aora, pregunto yo: los cielos y tierra, que perecieron por el agua en el tiempo de Noé, cuales fueron? ¿Fueron acaso aquellos cielos de que habla insipientemente uno de los amigos de Job, diciendo que son muy sólidos, como si fuesen vaciados de bronce†? ¿Serían aquellos cielos igualmente sólidos, que imaginaron los Caldeos, los Egipcios, los Griegos, y que de ellos tomaron los Romanos? ¿Serian los que en el sistema presente, en esta parte matemáticamente demostrado, se llaman cielos: esto es, todos los cuerpos celestes, sol, luna, planetas, cometas, y estrellas fijas? Y hablando de este nuestro globo, que llamámos tierra, ¿pereció acaso la sustancia de esta por el diluvio de agua? Parece ciertísimo que ni lo uno ni lo otro. Por lo que toca á los cuerpos celestes, á estos no pudo alcanzar ni tocar el diluvio de agua. Por lo que toca á nuestro globo, á este lo cubrieron las aguas, como lo cubrian cuando dijo Dios aquellas palabras; juntense las aguas, que están debajo del cielo, en un lugar; y descubrase la seca ... Pues ¿qué fué lo que pereció por el diluvio de agua en frase de S. Pedro? A esta pregunta no hallo otra cosa que responder, ni mas natural ni mas conforme á la verdad conocida, sino sola esta: es á saber, que pereció en la tierra todo cuanto habia en su superficie: perecieron todos sus habitadores, hombres y bestias, esceptuando solamente los pocos de cada especie, que se salvaron en el arca de Noe; y esceptuados tambien ó todos ó muchos de los vivientes que habia en las aguas. Perecieron todas las obras que los hombres habian trabajado

Cœli autem, qui nunc sunt, et terra eodem verbo repositi sunt igni reservati in diem judicii, et perditionis impiorum hominum. — 2 Pet. iii, 7.

+ Qui solidissimi quasi ære fusi sunt? — Job. xxxvii, 18. Congregentur aquæ, quæ sub cœlo sunt, in locum unum: et appareat arida. Gen. i, 9.

hasta entonces sobre la tierra, de las cuales no nos ha quedado monumento alguno. Pereció toda la belleza, toda la fertilidad, la disposicion y órden admirable con que Dios la habia criado, para el hombre justo é inocente, no para el ingrato y pecador.

39. Si hablámos aora del cielo ó de los cielos, de que tambien habla S. Pedro, diciendo: Cierto ellos ignoran voluntariamente, que los cielos eran primeramente, y la tierra de agua, y por agua estaba asentada por palabra de Dios por las cuales cosas aquel mundo de entónces pereció anegado en agua. Mas los cielos, que son aora, y la tierra, &c.*; de este cielo ó cielos decímos lo mismo que acabámos de decir de nuestra tierra: esto es, que pereció en el diluvio el cielo ó cielos que habia antes de esta época ó de este gran suceso. ¿Qué cielo ó qué cielos eran estos? No otro, ni otros (en mi pobre juicio) que toda la atmósfera, que circunda nuestro globo como parte suya esencial, la cual atmósfera en el comun modo de hablar de las Escrituras canónicas, y tambien de todas las naciones así bárbaras, como civilizadas, se llama general y universalmente cielo. Y como este cielo, ó esta atmósfera se divide y diversifica en tantos climas diferentes, cuantos son los pueblos, tribus y lenguas, que pueblan de norte á sur toda la latitud de la tierra: así como cualquiera puede darle el nombre de cielo en singular á aquel clima particular en que habita; así puede con la misma verdad y propiedad llamar cielos en plural á todos los otros climas diversísimos, donde habitan otras naciones.

40. Estos climas, ó estas diferentes partes de la atmós fera de la tierra son sin duda en mi opinion los cielos de que habla S. Pedro: porque no hay en la naturaleza otros cielos de quienes se pueda con verdad decir que perecieron en el diluvio. Estos de que hablámos, sí perecieron en el

Latet enim eos hoc volentes, quòd cœli erant priùs, et terra de aqua, et per aquam consistens Dei verbo: Per quæ, ille tunc mun.. dus aquâ inundatus periit. Cœli autem, qui nunc sunt, et terra,

&c.-2 Pet. iii, 5, 6, et 7.

diluvio; mas en el mismo sentido en que pereció la tierra : es decir, se alteráron, se deformáron, se deterioráron, se mudáron de bien en mal; como sucede tal vez con un hombre sano y robustísimo, que despues de una grave enfermedad, ya no parece el mismo que era: su antigua robustez, sus buenos colores, su agilidad, sus fuerzas se ven convertidos en una casi estrema flaqueza, en una palidez desagradable, y en una como inercia casi total.

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41. Hasta el diluvio universal, parece mas que verosimil, que nuestro globo, con toda su atmósfera Ꭹ todo lo que llamámos la naturaleza, habia perseverado en el mismo estado físico en que habia salido de las manos del Criador, pues no nos consta de algun suceso grande, estraordinario y universal, capaz de alterar notablemente todas estas cosas; antes tenemos en contra un fundamento positivo, esto es, las vidas larguísimas de los hombres; para lo cual no aparece otra razon física, sino la óptima disposicion de la tierra y de su atmósfera. Mas habiendo llegado esta época terrible, parece igualmente cierto, que todo se alteró, tierra, mar, y atmósfera, y todo quedó en esta alteracion y desconcierto hasta el dia de hoy. Se alteró la superficie de la tierra, ocupando las aguas desde entónces hasta la presente una gran parte de lo que antes era un continente unido; lo cual parece claro á cualquiera que observe con suficientes luces el órden y disposicion de las islas del mar, especialmente el de las del Archipiélago, que han dejado desocupado y libre lo que antes ocupaban; lo cual parece del mismo modo claro y evidente por las infinitas producciones marinas, que encuentran cada dia los curiosos, aun en los paises mas lejanos del mar. Se alteró tambien, y por la misma causa general (que propondrémos á su tiempo) toda la atmósfera de la tierra, pasando generalmente todos los climas ó cielos diferentes, de la benignidad al rigor; de la templanza á la intemperie; de la uniformidad quieta y pacífica, á la inquietud y mudanza casi continua.

42. Así que, el apostol S. Pedro habló en téminos los

mas propios y naturales cuando dijo: la tierra y los cielos que eran antes del diluvio, perecieron por la palabra de Dios y por el agua*. Añade que los cielos y la tierra que aora son (ciertamente inferiores á los antidiluvianos) perecerán tambien á su tiempo; ya no por el agua, sino por el fuego+: viniendo en su lugar otros nuevos que escedan en bondad y perfeccion, así física como moral, á los presentes y pasados: pero esperámos segun sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los que mora la justicia. En suma, así como estos cielos y tierra presentes, siendo en su sustancia los mismos que los que habia antes del diluvio, son no obstante, diversísimos en su orden, en su disposicion, en su hermosura, en sus efectos; asi los cielos y tierra nueva que esperámos, aunque sean en sustancia los mismos que aora, serán infinitamente diversos en todo lo demás. Esta me parece á mí la verdadera inteligencia, y la única que puede admitir el testo de S. Pedro: lo cual supuesto, pasémos á otra observacion importante.

43. Los nuevos cielos y nueva tierra que esperamos (dice este príncipe de los apóstoles) los esperámos segun las promesas de Dios. Mas estas promesas de Dios, ¿ de donde constan, 6 donde se hallan claras y espresas? Si registramos con cuidado todas las Escrituras sagradas, en todas ellas no hallámos otro lugar que el cap. lxv de Isaías, y el lxvi, donde se vuelve á hacer de lo que se habia dicho en el antecedente. Es verdad que en el cap. xxi del Apocalipsis, se habla tambien magníficamente de estos nuevos cielos y nueva tierra; mas, lo primero: S. Pedro no podia citar el Apocalipsis de S. Juan, que ciertamente se escribió muchos años despues de su muerte. Lo segundo: S. Juan, segun sus continuas alusiones á toda la Escritura, alude aquí magníficamente á este lugar de Isaías. Aora:

* Cœli erant priùs, et terra... ille tunc mundus aquâ inundatus periit.-2 Pet. iii, 5 et 6.

+ Cœli autem, qui nunc sunt, et terra eodem verbo repositi sunt, igni reservati.—2 Pet. iii, 7.

1 Secundùm promissa ipsius expectamus. - 2 Pet. iii. 13.

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