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pos gloriosos, ó de personas resucitadas y bienaventu radas. Si este modo no lo concibo con ideas claras, no por eso quedo libre para negar el hecho. En lugar de negarlo infiero legítimamente, y concluyo religiosamente, que en el estado presente no soy capaz de comprender estas cosas, ni Dios. me manda que las comprenda, sino que las crea. Esta consecuencia es ciertamente la mas digna de un hombre racional, que por otra parte no duda de la verdad de las Escrituras. Aplíquese aora esta semejanza al asunto que tratámos y ya no se halla dificultad, todo se ve fácil y llano.

112. Yo cierro aquí todo este punto, porque me reconozco incapaz de decir mas sobre él. Me parece que oigo aquella última sentencia que se le intimó á Daniel, cuando preguntó: Señor mio, ¿qué acaecerá despues de estas cosas?...la respuesta fué esta: Anda, Daniél, que cerra das, y selladas están estas pnlabras hasta el tiempo señalado*. El que no contento con esto, quiere todavia mas noticias, lea atentamente y reflexione seriamente sobre esta última profecía contenida en los dos últimos capítulos del Apocalipsis, con los cuales se concluyen todas las Escrituras canónicas, y despues de las cuales no tenémos otra escritura que sea digna de fe divina.

* Domine mi, quid erit post hæc?...Vade Daniel, quia clausi sunt, signatique sermones usque ad præfinitum tempus.-Dan xii, 8 et 9.

CAPITULO VII.

SE RESPONDE A ALGUNAS CUESTIONES.

113. CERRADO ya este punto, y con él algunas cosas, que al hombre no le es lícito hablar*, debemos no obstante responder á algunas cuestiúnculas, cuya respuesta se pide por modo de mera congetura.

PRIMERA.

114. Esta ciudad que ha de bajar del cielo á nuestra tierra, ¿ será una ciudad material, con toda la estructura y dimension, que se leen espresas en la profecía?

115. Se responde que sí: ni hay necesidad ni razon alguna que nos obligue á alegorizarla ni á espiritualizarla, tanto que quede reducida á puras tinieblas una cosa tan clara. La figura cuadrada ó cúbica, y las tres dimensiones geométricas de longitud, latitud y profundidad ó solidez, no competen ciertamente á cosas puramente espirituales, sino á cosas materiales ó corporales. El espíritu ni tiene figura ni dimensiones. Esta santa ciudad es sin duda para habitacion, no de espíritus puros, sino de personas compuestas de espíritu y cuerpo: esto es, de los millares ó millones de santos que vienen con Cristo ya resucitados. Si estos han de ser materiales ó corporales, ¿por qué no será tambien su habitacion? Muchísimos autores graves sienten y afirman lo mismo que yo, con sola la diferencia accidental del sitio donde la ciudad debe colocarse; como si este sitio se hubiese dejado á nuestra voluntad. Algunos, como buenos geómetras, han calculado, que despues de la resurreccion universal podrán habitar cómodamente en dicha ciudad material todos los que se han de salvar.

Quæ non licet homini loqui.—2 ad Cor. xii, 4.

Mas este número ; les puede ser de algun modo conocido? ¿Por qué principios? Es verdad que aunque admiten la ciudad material, no la quieren en nuestra tierra donde la pone la Escritura, sino allá en un cielo sólido, que se han imaginado muy superior á todo el universo, y al que llamaron antiguamente primer móvil, y el mas inmediato á los espacios imaginarios. Si en este cielo imaginado no repugna esta ciudad material con toda su estructura y dimensiones, ¿por qué ha de repugnar en un sitio no imaginado, sino real y verdadero y conocido de todos? Si se admite en un lugar incierto, donde no la pone la Escritura, ¿por qué no podrémos nosotros admitirla en un lugar cierto y determinado, donde la pone la Escritura divina claramente?

SEGUNDA.

116. En caso que se admita en nuestra tierra esta santa y celestial ciudad, que descendió del cielo de mi Dios, ¿será realmente tan grande en sus tres dimensiones como parece que la describe S. Juan? Este le da, así en latitud como en longitud, doce mil estadios, de los cuales entran ocho en cada milla romana; por consiguiente, la estension de la ciudad por cada uno de sus cuatro lados debe ser de mil quinientas millas; y si su altura es igual á su longitud y latitud, como parece que lo da á entender por aquellas palabras: la longura, y la altura, y la anchura de ella son iguales; sale una ciudad de figura cúbica, de una enorme estension en longitud y latitud, y de una altura tan elevada, que pasa los límites de la atmósfera de nuestro globo.

117. En esta segunda cuestiúncula tenémos dos cosas que declarar. Primera: la longitud y latitud de la ciudad. Segunda: su altura y elevacion. Tocante á lo primero, á mí me parece por el mismo testo, que los doce mil esta* Et longitudo, et altitudo, et latitudo ejus æqualia sunt.-Apoc. xxi, 16.

dios no deben entenderse seguidos en línea recta, sino cuadrados: la ciudad es cuadrada, tan larga como ancha : y midió la ciudad con la caña de oro, y tenia doce mil estadios*: No dice que midió, y tenia doce mil estadios la longitud ni la latitud de la ciudad, sino la ciudad misma : por donde podémos sospechar, que los doce mil estadios caen sobre toda la ciudad, no sobre cada uno de sus lados. En esta suposicion, no despreciable, la ciudad toda entera tendrá doce mil estadios cuadrados, ó mil y quinientas millas cuadradas, que corresponden á cada uno de sus lados trece millas y poco mas de media: estension no tan estraordinaria que no la hayan tenido otras ciudades, como Ninive, Babilonia, Menfis, Pequin, &c. Tocante á lo segundo, decímos ó sospechámos lo mismo á proporcion. El testo no dice, que la ciudad y sus edificios serán tan altos, cuanta es la longitud 6 latitud de la misma ciudad; solo dice simplemente: la longura, y la altura, y la anchura de ella son iguales: modo de hablar que admite bien estos dos sentidos. Primero: la altura de la ciudad ó de sus edificios será tanto, cuanta es su longitud y latitud; y en este sentido bien inverosimil, la ciudad no será ya cuadrada sino cúbica. Segundo: la longitud, latitud y altura serán iguales en sí mismas, de modo que así como la ciudad, mirada por su longitud y latitud, muestra un mismo aspecto igual y uniforme, así lo muestra mirada por su altura, pues sus edificios son todos iguales y uniformes: ninguno mas alto que otro, ninguno mas hermoso ni mas rico que otro, ninguno mas ancho ni mas largo, &c.: la longura, y la altura, y la anchura de ella son iguales. Este segundo sentido me parece el mas natural, ni hay para que elevar esta ciudad sobre la altura de sus muros: esto es, sobre 144 codos; de otra suerte sería fácil ver desde fuera casi todo lo que pasa dentro de la ciudad, lo cual no compete

* Et civitas in quadro posita est, et longitudo ejus tanta est quanta et latitudo et mensus est civitatem de arundine aurea per stadia duodecim millia.-Apoc. xxi, 16.

á hombres mortales y viadores, que deben todavia andar por fe ... no por vision*.

TERCERA.

118. Las doce puertas de esta ciudad siempre abiertas, el nombre inscripto en ellas de las doce tribus de Israél, y los doce ángeles que están en ellas, ¿qué significan?

119. Para saber lo que todo significa, basta conocer á estos ángeles que están en las puertas, cada uno en la suya. Parece claro que no significan doce guardias de la ciudad, para impedir el paso á cualquiera viador que quisiere entrar; pues para esto era fácil cerrar la entrada y las puertas, ó murallas del todo. Parece del mismo modo claro, que estos doce angeles son muy semejantes á aquellos siete de las siete iglesias, con quienes se habla en el cap. ii y iii del mismo Apocalipsis. De manera, que así como aquellos siete ángeles no significan otra cosa manifiestamente que el sacerdocio cristiano, ó la iglesia activa presente en siete ó muchos estados diversísimos, que ha tenido hasta el dia de hoy, y alguno otro que tal vez le falta: así los doce ángeles de las doce puertas de la santa y nueva Jerusalén, que descendió del cielo de mi Dios,'no significan otra cosa que el juicio de Cristo ó su reino activo: es decir, doce jueces supremos, uno en cada puerta, en quienes debe residir todo el juicio, emanado del mismo Cristo en cuanto sumo Rey y sumo Sacerdote.

120. Nadie ignora que el juicio antiguamente no estaba dentro de las ciudades, sino en sus puertas: esto es óbvio en la historia sagrada, y tambien en la profana antigua. Tampoco es de ignorar aquella célebre y magnífica profecía del Hijo de Dios á sus doce apóstoles: En verdad os digo, que vosotros, que me habeis seguido en la regeneracion... os sentareis tambien vosotros sobre doce sillas,

* Per fidem... non per speciem.-2 ad. Cor. v, 7.

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