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constan, ni me toca el indagarlos, la remitió a Roma. dicho P. Inquisidor, al Rmo. P. Maestro del Sacro Palacio, que era a la sazón el bien conocido por muchos títulos Fr. Thomás Manachi. En Roma se examinó la obra; y aunque se protesta no hallarse en ella cosa contra la fe, ni contra las buenas costumbres, ni contra las legítimas potestades, pero mientras tanto, ni se le concede la licencia de imprimirla, ni se le devuelve el original. Interésasse el Iltmo. Señor Obispo de Faenza, y escribe a algunos cardenales residentes en Roma (fueron éstos el Cardenal Borromeo y Juan Bautista Rezzonico); y por negociación o empeño de estos eminentíssimos, se restituye, después de algunos años, el original al autor, sin borrarle ni vna sylaba, prueba clara de la solidez y sanidad de sus doctrinas; pero imponiéndole precepto de no imprimir dicha obra, y advirtiéndole que quedaba copia de ella en el Santo Oficio de Roma, y que el motivo del precepto prohibitivo de la impressión, eran las "circunstancias críticas de los tiempos". Mientras que sus Monumentos sufrían en Roma esta tormenta, se estaba el P. Muriel en Faenza sin la menor inquietud, preparando para la estampa otros escritos, seguro de la pureza de su intención constantíssima en no abrazar sino doctrina sana y chatólica. Pero, como era tan humilde y se conocía capaz de errar sin querer, esperaba con summisión la sentencia de aquel integérrimo e iluminado Tribunal, sin dar un passo o hazer diligencias para conjurar aquella tempestad, y sin que ni en sus palabras ni en su semblante apareciesse la menor señal de sobresalto, de queja o sentimiento. Otro hombre menos virtuoso y menos respetuoso de aquel venerabilíssimo Tribunal, asegurado por él mismo de que aquella su obra no

contenía cosa digna de censura, huviera movido el cielo y la tierra para que viesse la luz pública, y por lo menos huviera hecho un memorial razonado y nervioso, dirigido a este fin, o al Santo Oficio o al Santo Padre; ni le huviera faltado la manera de rebatir eficazmente la oposición de "las críticas circunstancias de los tiempos". Pero el P. Muriel, con un rendimiento dócil, dobló la cerviz a las disposiciones del Santo Oficio, y se conformó con ellas perfectamente.

CAPITULO XXXII

SE PROSIGUE LA NOTICIA DE SUS OBRAS Y DE LO QUE POR ELLAS PADECIÓ HASTA SU ÚLTIMA ENFERMEDAD

352. Incansable siempre el P. Domingo en trabajar por Dios y por el próximo desde su retiro, del mejor modo que podía, compuso un libro con este título: Jus naturæ, et gentium apud indos meridionales attenuatum cur? Lo ofrece a la revisión del Santo Oficio de Faenza, y éste lo manda al de Roma, como havía hecho con los Monumentos, de que acabo de hablar. Allí se examina con la mayor atención, como lo pedía la delicadeza del asunto, en que se trata de concessiones, privilegios y dispensas a favor de los indios neófitos o recién convertidos, las quales parecen chocar con aquellos dos derechos. Examinada la obra, se detiene años y años, sin aprobarla ni reprobarla. El agente o apoderado del P. Domingo en Roma, después de otros muchos passos inútiles, presenta un memorial a aquel Santo Tribunal, pidiendo vna de tres cosas: o que se le dé traslado de las proposiciones censurables (si alguna havía), para que el autor, según lo dispuesto por Benedicto XIV, en 3 de Julio de 1753, respondiesse y se justificasse, o que, si nada digno de censura havía, se concediesse la licencia para la impres

sión; o que si el Santo Oficio, por algunos motivos secretos, no la quería o no la podía dar, se restituyesse la obra al autor, prometiendo, como apoderado de él, en la manera más solemne, en nombre de él mismo, que no se imprimiría el libro sin la facultad del Santo Oficio. El asessor de aquel Tribunal, dijo que nada havía en dicha obra contrario a la fé, ni a las buenas costumbres, ni al respeto debido a los soberanos; pero, sin embargo, la licencia de imprimirla no se dió, y el original, ni entonces ni después se restituyó al autor, y hasta ahora está detenido en Roma. Será también por aquellas benditas "críticas circunstancias de los tiempos".

353. ¿Y qué hacía el P. Muriel en este contratiempo de su obra? Nada ignoraba de lo que passaba en Roma acerca de ella. Pero, como si no fuesse suya, se estaba en Faenza con vna paz octaviana, escribiendo siempre, y por no faltar un ápice a aquella subordinación y respeto al Santo Oficio, que hacían heroica su obediencia, ordenó a su apoderado que desistiesse de hazer ulteriores passos; porque siendo éste no menos capaz que fogoso y activo, trataba de formar un enérgico memorial y presentarse con él al Soberano Pontífice. Lo más admirable es, que ni en aquella ni en ninguna de las muchas cartas que sobre este negocio escribió el P. Muriel a dicho apoderado, se halla vna palabra que indique resentimiento, queja o estrañeza de lo que se hacía con su obra. Aún más todavía. Ni siquiera se le asomó a la pluma vna de aquellas expresiones que, en semejantes contratiempos, suelen ser familiares aún a los varones espirituales, mortificados y resignados en la voluntad divina: "Es menester tener paciencia: Dios lo quiere o lo permite assí", o

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