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hortase a diferir su ejecución hasta que volviesen á Italia.

Negóse rotundamente á lo primero el santo y pruden te religioso, diciendo ser muy ajenos de su profesión semejantes consejos, y que no podía dárselos á Luis en buena conciencia. En cuanto à lo segundo, después de reflexionar por unos instantes, juzgando que lo más que podía hacer en favor del Marqués, sin mostrarse infiel á Dios nuestro Señor, era exponer sencillamente á Luis el deseo de su padre, pero sin exhortarle á seguirlo, hablóle de esta suerte.

-Si he de ser franco con Vuestra Señoría, debo confesar que no podíais escoger peor abogado para vuestra causa que a este pobre religioso que, como sabéis muy bien, hallándose en igual caso que Luis, siguió una conducta diametralmente opuesta á la que ahora deseáis le aconseje. Dígame V. S.: si yo hablo á Luis como vos pretendéis, y él me responde que quiere seguir mi ejemplo y no mis consejos ¿qué podré yo replicar á tan cuerda contestación? Recordad, Señor Marqués, recordad lo que a mí me sucedió cuando Dios me llamó al estado religioso. Hallábame á la sazón en esta misma corte, y como supieron mis parientes que yo trataba de dejar el mundo, no dejaron piedra por mover en razón de impedirlo; mas viendo que nada conseguían, suplicáronme que á lo menos difiriese mi entrada hasta después de mi vuelta á Italia. ¿No os parece pues Señor Marqués que trocando los nombres y la fecha, nos hallamos hoy en aquel mismo caso? Por supuesto que todas las súplicas é instancias de mi familia se estrellaron ante mi tesón y constancia, y no tardé en vestir este sagrado hábito en el noviciado de esta corte. Después de todo esto, decidme: ¿os parece razonable que yo apoye delante de

Luis vuestras pretensiones? Vuestra Señoría no querrá ciertamente que yo sea una rémora para los planes que Dios tiene sobre su inocentísima alma, ni que obre contra el dictámen de mi conciencia. Lo más que yo podré hacer será manifestar á Luis vuestro deseo: mas á él toca resolverse como Dios le dé á entender.

Con esta entereza habló Fray Francisco Gonzaga á D. Ferrante, y luego dió cuenta de todo al santo joven, el cual como estaba muy firme y seguro en su vocación, respondió al General que de buena gana haría el sacrificio de diferir su entrada en la Compañía para cuando llegasen á Italia; pero que en cambio esperaba que su padre no le había de exigir otra dilación. Así se lo dijo Fray Francisco al Marqués, y en este punto quedaron las cosas, mientras se disponía el viaje de regreso á Italia.

CAPÍTULO V

VUELVE SAN LUIS Á ITALIA, Y VIAJES QUE ALLÍ HIZO

POR ORDEN DE SU PADRE

1584

ABIENDO de pasar á Italia

por el verano de este año el General de la armada D. Andrés Doria, quiso D. Ferrante aprovecharse de tan favorable coyuntura para hacer su viaje con la seguridad que le ofrecía para aquella peligrosa navegación la pericia y experiencia de aquel tan celebrado capitán. La flota debía hacerse á la vela en el puerto de Barcelona á mediados de julio, y como D. Ferrante había resuelto detenerse unos días en Zaragoza, para saludar y mostrar su agradecimiento á aquella noble familia que le había dado hospedaje prodigándole los más exquisitos cuidados durante su enfermedad; salió con su familia y servidumbre con la oportuna antelación, y llegaron felizmente á Za

ragoza.

En esta ciudad albergáronse en el palacio de Don Diego Espés y Mendoza, cuyos moradores estaban por aquellos días sumidos en la mayor desolación. La esposa de D. Diego se hallaba en cinta y enferma de gravedad, con inminente riesgo de morir ella y la criatura

sin lograr el consuelo de administrarle el santo bautismo. Conmovido Luis al ver la aflicción y lágrimas de D. Diego, se esforzó en consolarle, exhortándole à poner toda su confianza en Dios nuestro Señor, cuyo poder no reconoce límites. Bálsamo saludable fueron para el atribulado caballero las palabras de Luis: alentado con ellas D. Diego, acordó fiar aquel negocio más á la oración que á los remedios extremos que aconsejaban los facultativos. Retírase el Santo al oratorio del palacio, y comienza á rogar á Dios por aquella familia; y á los pocos instantes recibía la fausta nueva de hallarse ya fuera de peligro la madre y la criatura, reconociendo los facultativos que tan feliz é inesperada curación no podía explicarse sin un prodigio del poder de Dios (1).

La divina Providencia que se complace en entretejer la vida de los hombres con una no interrumpida serie de sucesos ya prósperos ya adversos, tenía preparada

(1) Este oratorio fué tenido en grande veneración desde este día, en memoria del milagro que en él obró San Luis Gonzaga; y al pasar el palacio de la familia de los Espés á la de Navascués, conservóse el oratorio y la memoria del sobredicho prodigio. Muchas investigaciones se han practicado en este año para descubrir el sitio de dicho palacio y su antiguo oratorio. Lo único que se ha podido averiguar con alguna probabilidad es lo que, con fecha 3 de julio de este año 1891, escribía D. Manuel de la Figuera, administrador de la casa de Sástago; y se halla en el Boletín de la Academia de Hist. tom. 18, p. 581, etc. y es lo siguiente: «Puedo decirle que la casa Espés, donde se hospedó con sus padres San Luis Gonzaga, se conserva, pero restaurada; es el núm. 13 en la calle de D. Juan de Aragón. Pasó, en efecto, de los Espés á los Navascués; más tarde á los Sesés; andando los años, á los Altarribas (Vera, el conde de Robres), cuyo nombre conservó hasta hace unos cinco años, que la compraron las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, actuales poseedoras.

Es casa muy grande en calle solitaria, separada del centro de la población. Fué notablemente restaurada por los condes de Robres, reemplazando balcones á las ventanas, que antiguamente había. El oratorio pequeño, que tienen las Hermanas, quizá sea el mismo que en el siglo xvi había. Otro grande tienen las Hermanas, en la planta baja del edificio para las colegialas y niñas á quienes dan enseñanza gratuita.»

para nuestro Luis en Barcelona una gratísima sorpresa que no poco había de consolarle en medio de los contratiempos que se oponían á su vocación. Su primo el Ministro General de San Francisco, terminada ya la santa visita de los conventos de su orden, llegaba á aquella capital para pasar á Italia, por los mismos días en que llegaba el Marqués de Castellón con su familia. Es increíble el gozo que experimentó Luis con la buena dicha que el cielo le proporcionaba al darle por compañero de su viaje á tan esclarecido varón, en quien admiraban todos un perfecto dechado de las virtudes religiosas. «<Contóme (Luis) más tarde, dice el P. Cepari, que le había observado con particular atención en todas sus acciones por el provecho que de ello sacaba, y que siempre le halló digno por su gran virtud y ejemplo del nombre y oficio que tenía de General de la Observancia. Y no se engañó en este juicio, como lo ha mostrado la experiencia, después que el dicho Padre subió á la dignidad episcopal, primero en Cefalú de Sicilia y después en Mantua, en el cual puesto ha vivido tan religiosa y santamente, que por el dicho de todos cuantos le han conocido y tratado, ha seguido la forma de los santos obispos antiguos, y merece que le tomen por ejemplo los que de la religión salen á semejantes puestos, como se pudiera probar en particular, si no temiera ofender la modestia y humildad de este prelado que aun vive cuando esto se escribe. Con tan religiosa y santa comunicación pasó Luis muy alegremente su viaje, unas veces conferenciando acerca de algún pasaje de la Sagrada Escritura, otras razonando de cosas espirituales, proponiendo algunas dudas que se le ofrecían, y procurando siempre sacar algún provecho y adelantamiento espiritual.» Hasta aquí el P. Cepari.

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