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nidad, que sus palabras dejaron honda huella en el ánimo de todos aquellos señores, quienes después de muchos años recordaban aún complacidos y edificados las sentencias que en este día habían oído de los labios de Luis.

No quiso éste dejar pasar este tan fausto día sin dar parte al M. R. P. General del inmenso júbilo que rebosaba en su alma por el feliz éxito de los asuntos de su vocación. Escribióle pues la siguiente carta publicada recientemente en Pisa por el R. D. Oliverio Jozzi.

Señor mío y venerado Padre en el Señor:

Hoy mismo desnudándome del traje del hombre viejo he tomado vestem novi hominis (1), lo que pongo en conocimiento de V. S. R. cerciorándole que no sé cómo dar gracias á su divina Majestad por favor tan señalado, y tanto más de agradecer, cuanto que en este mismo día se ha dignado acrecentar mi consolación al concederme la gracia de seguirle más de cerca haciéndome pobre á su imitación; por haberle parecido á mi señor padre no asignarme la pensión que me había prometido y confirmado con expresa obligación. Sin embargo tomará á su cargo las expensas del viaje y otros gastos accesorios. Por mi parte, suplico á su divina Majestad se digne disponerlo todo del mejor modo posible, haciendo si así conviene, que mi señor padre se halle en estado de poder efectuar á favor de la congregación lo que me había prometido. Con este objeto conservo algunas cartas escritas ad hoc, las cuales por encargo de los superiores de este colegio y de parte de mi señora madre, he de presentar á V. S. á quien genibus humiliter flexis

(1) La vestidura del hombre nuevo.

ex toto corde (1) suplico por amor de Dios me haga la caridad de recibirme quamprimum (2) en ese puerto de salvación. A este fin yo haré cuanto esté de mi parte por no prolongar demasiado las visitas que he de hacer en mi viaje. Concluyo besando las manos de V. S.

De Mantua, á 2 de noviembre de 1585.

De V. S. R.

Hijo obedientísimo en el Señor

LUIS GONZAGA.

Un día después de todo esto, que fué el 3 de noviembre, despidióse el Santo del duque Guillermo, del Príncipe su hijo y de los demás parientes. Por la tarde dió el último á Dios á sus amados padres, y antes de separarse de ellos, hincóse de rodillas á sus pies, y con profunda humildad pidióles la bendición. Diéronsela ellos con el corazón lacerado y los ojos arrasados en lágrimas, y aunque estas corrían en abundancia de los ojos de todos los de la casa, D. Ferrante sobre todos estaba inconsolable, y no parecía sino que se le arrancaba el alma en aquel instante en que su Luis se le iba para no volverle á ver en esta vida. ¡Oh! si rasgándose en aquellos acerbos instantes el velo que ocultaba á sus ojos los secretos de lo porvenir, pudieran contemplar estos padres bienhadados á su hijo sublimado á la gloria de los altares y aclamado con entusiasmo por Patrón universal de la juventud en todo el orbe católico! ¡Cómo se trocaran las lágrimas y sollozos en cánticos de ala

(1) Puesto humildemente de rodillas y con todo el afecto de mi corazón.

(2) Cuanto antes.

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banza y en voces de júbilo! Y ¿qué si vieran la riquísima corona de gloria que para toda la eternidad conquistaban para sí y para su hijo con este costoso sacrificio? Aprendan pues los padres cristianos á no sentir demasiado la separación de sus hijos, cuando estos los dejan á ellos para correr á los brazos de aquel Padre universal de todos los hombres, que tan bien sabe galardonar los sacrificios que en su obsequio nos imponemos.

El día siguiente muy de mañana tomó Luis el camino de Roma, dejando á sus padres y á su casa y familia con rostro sereno y ánimo varonil, sin volver sus ojos atrás, como quien de veras ponía la mano en el arado pretendiendo conquistar á todo trance el reino de los cielos. Partieron con él su hermano Rodolfo, D. Luis Catáneo su director espiritual, su ayo D. Pedro Francisco, el Dr. Juan Bautista Bono, un camarero y otros criados. Llegados que fueron al río Po, apeáronse todos de su carroza, y después de darse Luis y Rodolfo un fraternal abrazo, embarcóse aquel con su séquito para Ferrara, y este regresó á Mantua. Poco después de haber subido á la embarcación, uno de aquellos caballeros dijo á Luis:

-¡Cuán ufano y satisfecho habrá quedado el Sr. Don Rodolfo, viéndose de la noche á la mañana heredero del marquesado de Castellón!

-No creo, á decir verdad, que se haya holgado tanto él en sucederme, como yo en dejarle mis estados, respondió Luis.

Solamente se detuvo éste en Ferrara el tiempo preciso para visitar al Serenísimo Duque D. Alfonso de Este á la Duquesa Doña Margarita de Gonzaga, hija del Duque de Mantua D. Guillermo. De Ferrara partió para

y

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