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CAPÍTULO XI

PASA Á MILÁN, REGRESA Á CASTELLÓN, Y DA CIMA Á LOS

NEGOCIOS DE SU FAMILIA

Noviembre, 1589-marzo, 1590

L mismo día 25 de noviembre, fiesta de Santa Catalina y aniversario de su entrada en la Compañía, partió Luis para Milán, contentísimo de poder fijar de nuevo su asiento entre sus carísimos Hermanos de religión. Olvidado por completo de los asuntos de su casa, si no era para encomendarlos á Dios, aplicábase con su acostumbrado fervor á la virtud y á las letras, cuando por el mes de enero se presentó su hermano con numeroso séquito de gentiles hombres y criados al colegio, pidiendo hablar con Luis, y encargando al portero le dijese que le convenía verle luego, pues no podía detenerse allí más que el tiempo preciso para hablarle. Fué el portero con gran prisa á dar el recado á nuestro Santo, el cual estaba en aquel momento en el coro de la iglesia dando gracias después de la comunión. Oyó el recado, y prosiguió con gran paz dando gracias a Dios nuestro Señor por espacio de dos horas, pareciéndole que no era razón dejar á Dios por los hombres, más que

más cuando estos estaban tan necesitados de los auxi

lios de la gracia.

Avistáronse después los dos, y comenzó D. Rodolfo á sincerarse con Luis de su conducta, revelándole un secreto que si no justificaba enteramente su modo de proceder, á lo menos disminuía notablemente su culpa. Díjole pues que ya hacía quince meses que Doña Elena Aliprandi era su legítima esposa, toda vez que había contraído matrimonio con ella á los 25 de octubre de 1588, con licencia del Obispo y conforme à las leyes del Concilio Tridentino; si bien por graves motivos y con la venia del prelado, este matrimonio se había celebrado secretamente y sin más testigos que el Sr. Arcipreste de Castellón que lo bendijo y los otros dos que prescriben los sagrados cánones. El principal motivo que le inclinó á tomar este grave acuerdo, fué el saber que ni Doña Marta, ni D. Alfonso, ni los demás parientes habían de ver con buenos ojos que se desposase con una señora de tan desigual condición, dejando frustradas las esperanzas que todos ellos tenían de que había de dar su mano á la única hija de D. Alfonso, cuyo señorío debía heredar el Marqués, según queda dicho.

Con gran sorpresa y no menor consuelo oyó Luis esta confidencia de su hermano, y dió gracias a Dios de que el estado de aquella alma querida no fuera tan lamentable como comúnmente y con sobrado fundamento se creía. Sin embargo pareciéndole que no podía en buena conciencia seguir ocultando aquel matrimonio con tanto escándalo de sus vasallos, díjole que si le parecía bien, consultaría el caso con algunos Padres de los más graves y doctos del colegio, á fin de proceder en todo con la mayor seguridad. Convino en ello el Mar

qués, y pesadas las razones en pro y en contra, muchos Padres de Milán y de Roma, á donde se escribió sobre lo mismo, fueron de parecer que el Marqués tenía obligación de publicar su matrimonio, y quitar el escándalo que daba pie su silencio.

á

Hacíasele muy cuesta arriba á D. Rodolfo el dar este paso, y no acababa de resolverse á darlo cual convenía; mas tanto le apretó Luis, y tanto le dijo, ya ponderándole los graves riesgos á que ponía su alma, ya ofreciéndose á recabar el beneplácito de sus parientes, y á zanjar otras dificultades que le oponía; que al fin D. Rodolfo se rindió á su voluntad, y prometióle con juramento remediar el escándalo, y dar la debida satisfacción á Dios y á los hombres. Y dejando á Luis consolado con esta promesa, dió la vuelta á Castellón.

Allí comenzó á tratar con el Sr. Arcipreste del modo y forma de ejecutar lo que con Luis había concertado; mas ora fuese por lo arduo del negocio, y por los serios temores que abrigaba D. Rodolfo de disgustar á sus parientes, ora porque el mismo Arcipreste no fuese quizás del mismo parecer que Luis acerca de la obligación de manifestar el matrimonio, lo cierto es que las cosas seguían en el mismo estado, y todo eran dilaciones y ambages sin fin. Creció la dificultad con una carta que escribió Luis desde Milán á D. Rodolfo, diciéndole que no bastaba descubrir el matrimonio oculto, sino que era menester quitar ante todo el escándalo enviando á Doña Elena á la casa de sus padres, cosa que á D. Rodolfo se le hacía sumamente dificultosa.

Parecióle al Marqués que lo mejor sería que el mismo señor Arcipreste se avistase con Luis, y viese de entenderse con él en razón de facilitarle en lo posible un ne

gocio que de suyo era tan espinoso, procurando que de las dos condiciones que se le exigían, á lo menos le desobligasen de una, si en conciencia se podía transigir.

Fué pues el señor Arcipreste á Milán, habló despacio con Luis, y no dejaría de consultar el caso con los teólogos de aquel colegio, quienes al fin juzgaron que el Marqués podía quedar tranquilo de conciencia, con tal que adoptase uno de los dos partidos, conviene á saber: ó que se separase de su esposa hasta que se descubriese el ignorado matrimonio, ó que sin separarse de ella, se publicase luego éste. Y no contento Luis con exhortar á su hermano por medio del Arcipreste á ejecutar luego una de estas dos propuestas, escribióle para urgirle más la siguiente carta en que resplandecen á maravilla la fraternal caridad y abrasado celo de nuestro Santo.

Ilmo. y honorab. en Cristo Hermano
Pax Xti.

y Señor

Doy las gracias á V. S. por el mensajero que me ha enviado, al cual después de enterarle de todo, y oído el parecer de personas competentes y en particular del mismo á quien V. S. consultó aquí en Milán, he dicho lo que siento in Domino, y es que V. S. está realmente obligado en conciencia y bajo pena de pecado mortal. Nada más se me ofrece sino rogar á V. S. y suplicarle por las entrañas de Jesucristo y de la Bienaventurada Virgen, que no me defraude de las esperanzas que hasta ahora he abrigado, y que V. S. me ha confirmado con juramento, y que ponga en ejecución uno de los dos partidos que tengo propuestos á Monseñor el Arcipreste.

Cuando V. S. haya cumplido con este deber, yo me

alegraré de tenerle por hermano en Cristo, á quien así como hasta ahora siempre he ayudado y deseado servir, así no dejaré nunca de servirle en adelante, deseando se me ofrezca ocasión de exponer aun la propia vida para la salud de su alma. Y este mismo deseo de su bien espiritual fué el que me impulsó á salir de Roma, y detenerme todo este invierno en Lombardía con detrimento de mis estudios. Y todo me parece poco con tal que acquiram Christo te fratrem in illo carissimum (1).

Mas si esto no alcanzare, sólo me restará mirar en V. S. á un hermano secundum carnem; y desde ahora le certifico que como á tal, ni le conozco, ni quiero jamás conocerle; como quiera que ya hace más de cuatro años que mori para V. S. en tal concepto. Y cierto paréceme que había yo de avergonzarme y no poco, si después de haberlo dejado todo y aun á mí mismo por amor de Cristo, ahora llevado de afecto carnal erubescerem Christum (2) y disimulase su ofensa, siendo así que el mismo Cristo nos dice: vade, et corripe eum inter te et ipsum solum. Si te audierit, lucratus eris fratrem tuum; (sin minus,)... sit tibi sicut ethnicus et publicanus (3). Así pienso ejecutarlo: y á este fin estaré esperando la respuesta por espacio de doce días á contar desde mañana. Si la contestación fuese tal cual cumple á V. S., para lo cual debiera bastarle el ejemplo que acaban de darle, tanto el Señor Duque de Mantua, como su tío Don Alfonso; y los servicios que de mí tiene recibidos; pero sobre todo las

(1) Con tal que logre ganar para Cristo á V. S. que es mi hermano carísimo en el mismo Señor.

(2) Me avergonzase de Cristo.

(3) (Si tu hermano pecare contra tí) ve y corrígele estando á solas con él: si te escucha, habrás ganado á tu hermano; si no..., tenle por gentil y publicano. Matth. XVIII, 15, 16, 17.

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