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á la función, sobrevino otro numeroso concurso de estudiantes, en su mayor parte congregantes de Nuestra Señora, los cuales habiendo cobrado particular amor al bienaventurado joven por las frecuentes exhortaciones que de sus labios habían oído en la congregación, quisieron mostrarle su agradecimiento, viniendo todos juntos á venerar sus restos mortales. ¿Quién les había de decir á esos afortunados jóvenes que ellos eran las primicias y como la vanguardia de las innumerables falanges de congregantes que andando los años habían de rendir culto y vasallaje á aquel humilde y sencillo escolar de la Compañía de Jesús? Oigamos lo que acerca de estos jóvenes nos dejó escrito en los procesos el arriba citado P. Striverio: «Terminadas las exequias, dice, y quedando el cadáver en medio del templo, me recogi en compañía de algunos de los Nuestros, entre los cuales estaba el P. Bandino Gualfreduzzi, en un rincón para orar un rato; cuando por la puerta pequeña que pone en comunicación la iglesia con el atrio de las clases, entró una numerosa muchedumbre de jóvenes distinguidos por su nobleza y piedad, pertenecientes en su mayor parte á la congregación de Nuestra Señora. Entre ellos figuraban D. Maximiliano Pernstein estudiante del colegio romano y el R. Sr. D. Aristóteles de Benedictis, sacerdote ejemplarísimo que después entró y perseveró en la Compañía. Todos estos, atraídos por su devoción á Luis, y por la aventajada opinión que tenían de su santidad, rodearon el féretro, y sacando sus tijeras y corta plumas, comenzaron á cortar unos del vestido, otros de la camisa, otros de los cabellos: y no fué posible impedir estos extremos de devoción, por más que los Nuestros lo procuraron, y se esforzaron en defender

el cadáver de la piadosa rapacidad de aquellos jóvenes.»> Esto dice el P. Striverio. Y el P. Cepari añade que hubo quien llegó á cortarle al difunto las puntas de los dedos, y hasta dos falanges del dedo meñique de la mano izquierda.

Viendo los Padres del colegio que si el cadáver se dejaba en la iglesia, no había de tardar en ser despojado de todos sus vestidos, y aun mutilado lastimosamente, resolvieron retirarlo á la sacristía, en donde lo tuvieron encerrado, mientras se deliberaba acerca del modo de darle sepultura. Los Padres más graves del colegio, y señaladamente el P. Belarmino, juzgaron que si bien no era costumbre enterrar á los Nuestros con ataúd, tratándose de Luis, se había de dispensar en esto, pues había fundados motivos para creer que Dios honraría las insignes virtudes de aquel joven maravilloso con tanta mayor gloria después de muerto, cuanto él más se había esforzado en esconderlas durante toda su vida. Propuesto el caso al P. General Claudio Aquaviva, aprobó el dictamen de los Padres del colegio, y por esta vez dió facultad para lo que se pedía, por la grande certeza y convencimiento que él tenía de la santidad de Gonzaga.

Labróse pues una caja de madera á propósito, y colocados en ella los restos venerables, se les dió sepultura en la tumba común de la iglesia del colegio, en donde estuvieron hasta el año 1602, en que por respeto á los muchos milagros con que Dios comenzaba á manifestar la gloria de su siervo, dispuso el mismo P. General fuese su santo cuerpo colocado en sitio más decente, como se dirá en su propio lugar.

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COMIENZASE Á DIVULGAR EN VARIAS PARTES LA FAMA DE SU SANTIDAD

1591-1600

UÉDESE Comparar la gloria con que Dios
quiso ilustrar á nuestro Santo á aquella
pequeña fuente
que vió Mardoqueo en un
sueño profético, la cual poco a poco fué

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á

creciendo hasta hacerse un río caudaloso: y después se convirtió en un sol, y salió de madre por la abundancia de sus aguas (1). Efectivamente, apenas fué encerrado el cuerpo de Luis en el sepulcro, comenzóse á extender la fama de su gran santidad primero por la ciudad de Roma, luego por toda Italia, y final

1

(1) Parvus fons crevit in fluvium, et in lucem solemque con versus est, et in aquas plurimas redundavit. Esther X, 6.

mente por todas las demás naciones católicas, de tal suerte que la vida oculta y santísima de Luis, que en sus principios era humilde fuentecilla franqueada solamente á los dichosos moradores del colegio romano, al cabo de pocos años vino á ser río caudaloso de gracias y milagros estupendos que hicieron célebre su nombre por todo el mundo: y convirtiéndose luego este río en clara lumbre y en sol resplandeciente, vémosle ya en nuestros días esparcir por doquiera la benéfica influencia de sus rayos, colmando de bienes y gracias espirituales y temporales á sus devotos y más particularmente á la juventud.

Veamos, pues para gloria de Dios y loa de su siervo, por qué caminos se fué dilatando el culto y devoción hacia este angelical mancebo, hasta llegar á la altura en que hoy día después de tres siglos lo admiramos. El mismo día en que se celebraron las exequias de Luis, escribía D. Tomás Mancini, Secretario del Cardenal de la Rovere una carta consolatoria á la Marquesa Doña Marta, y por ella se echa de ver la general opinión de santidad en que era ya tenido el inocentísimo joven en Roma y en otras partes. He aquí algunos párrafos de dicha carta:

i

*,,

«Dudando estoy todavía y no acierto á resolver si he de dar V. E. pésame ó albricias por el dichoso tránsito del P. Luis á mejor vida, toda vez que ignoro si es más poderoso en el corazón de una madre el sentimiento de la propia pérdida ó la alegría por la ganancia del hijo de sus entrañas. Yo no puedo menos de sentir en el alma la ausencia de un joven de tan relevantes prendas y la pena que habrá experimentado V. E. por no haberle podido ver en su última enfermedad. Pero alé

grome al considerar que con su santa vida ha conquistado la gloria del cielo, á donde todos creen que se fué derechamente, dejando grandísima opinión de santidad en Roma y fuera de ella. Y à la verdad no podía alcanzar mayor felicidad ni más alto renombre que el que se ha granjeado en el breve espacio de veintitres años, aunque viviera los de Noé.....

No se cuenta hasta ahora ningún milagro suyo, ó porque no lo hay, ó porque se ignora; pero la devoción que públicamente se le tiene es como la que suele tributarse á los santos que los han hecho. Hoy mismo sábado 22 de junio he sabido que algunos ilustres personajes hacen grandes instancias por alcanzar algún objeto suyo. Tales son los motivos que me hacen dudar si debo afligirme, ó mas bien gozarme por esta santa muerte. Se ha comenzado ya á escribir la vida del Padre Luis, y se ha prometido dar una copia de la mismą al señor Cardenal, tan pronto como esté concluída...

Recuerdo también que la semana pasada, yendo yo á visitar al P. Luis, predijo su muerte con singulares demostraciones de alegría, y me entregó las dos cartas que remití á V. E. firmadas de su mano, rogándome que las enviase por conducto seguro, y diciéndome que aquellas eran las últimas que escribía á V. E. y al Marqués su hermano... De Roma, 22 de junio, 1591.»

Son también dignos de particular mención los encomios con que enaltecieron la vida santísima de Luis el P. General Claudio Aquaviva, los Cardenales Gonzaga y de la Rovere, el Rector del colegio romano y Doña Leonor de Austria en las cartas que escribieron á Doña Marta consolándola por la muerte de su amadísimo hijo Luis. Para evitar prolijidad, sólo citaré un párrafo de la

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