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ginal recato y honestidad que refiere el Padre Bártoli de nuestro Santo en la vida de San Estanislaode Kostka, para probar que en uno y otro Santo era indicio manifiesto del don extraordinario de virginal pureza, que habían de disfrutar durante toda su vida, aquella tierna devoción con que los previno Dios desde la niñez, y aquel amor tan grande á la virginidad que los impulsaba á huir no sólo de la culpa, sino aun de una mínima sombra de ella. He aquí cómo cuenta dicho Padre el ejemplo á que nos referimos. «Viniendo pues al hecho que ha dado margen á la presente digresión, es él tanto más digno de ser referido, cuanto ha estado por largo tiempo sepultado en el olvido: y está por otra parte fuera de toda duda; pues lo oí de boca de una nobilísi– ma señora, que no solamente se halló presente á este suceso, sino tomó en él parte activa (1). Siendo pues Luis todavía muy niño, su madre aunque por otra parte muy cuidadosa de su buena educación, le permitía que jugase, y se divirtiese algunos ratos con otros niños y niñas, que frecuentaban el palacio. Jugaban en cierta ocasión todos reunidos, entreteniendo la velada con los que llaman juegos de prendas y penitencias. Acabado el juego, para recobrar las prendas, era menester cumplir la penitencia que se imponía á cada uno de los que habían perdido la partida. Uno de estos fué aquel día nuestro Luis, y la penitencia que le dieron, fué que acercándose á la pared, diese un beso á la sombra que en ella proyectaba una de las niñas que por aquel salón andaban retozando. Esta penitencia á lo que parece, no

(1) Esta señora fué Doña Camila Ferrari, la cual se educó en compañía de San Luis, y murió en Castellón á la edad de 83 años.

tenía otro objeto que proporcionar á los circunstantes la diversión de ver á Luis corriendo de una á otra parte en pos de la disforme y movediza sombra, acabando así todo el juego en risa y donaire. Mas el inocente ángel al oir de qué se trataba, sin pararse á examinar si el riesgo en que allí podía incurrir la honestidad y decoro era mayor o menor; á la simple aprehensión del peligro, encendido el rostro en virginal rubor, retiróse con marcadas señales de indignación y disgusto, dejando el juego y las prendas; y desde aquel día nunca más pudieron acabar con él que volviese á tomar parte en semejantes diversiones (1).» Tan grande como esto era el recato de nuestro Santo, ya desde sus más tiernos años. Aprenda la juventud y adolescencia á rechazar con santa indignación, y sin humanos respetos la menor sombra y apariencia de pecado, en materia de honestidad, al admirar en un niño que todavía no ha llegado al total desarrollo de la razón, tan bello ejemplo de amor á la pureza y recato.

Veamos ahora el método de vida que observaba Luis en Castellón por este tiempo, tal como lo depuso en los procesos de aquella ciudad D. Rodolfo de Petrochinis, en estos términos: «Al levantarse por la mañana, hincadas en el suelo las rodillas, rezaba el ejercicio del cristiano con otras oraciones, según se lo había encargado su maestro que era D. Juan Albertinello natural de Castellón. Poco tiempo duró este en su cargo, por haberle el Señor llamado para sí; y en su lugar fué nombrado preceptor de Luis D. Julio Brixiano, cremonense. Rezadas las preces, oía misa todos los días, y muchas veces

(1) Bártoli. Vida de S. Estanislao de Kostka, l. 1, c. 2.

la ayudaba. Ya desde aquella tan temprana edad daba claros indicios de la maravillosa pureza y santidad de vida que andando los años y con el progresivo desarrollo de su inteligencia, habían de llegar á la más encumbrada perfección. Y recuerdo que siendo aún muy niño, se le veía reprender con gran libertad á cualquiera que osase proferir en su presencia alguna palabra menos decorosa y recatada. Y esto me consta por haberlo visto y oído por mí mismo.» Hasta aquí el citado testimonio, por el cual bien se echa de ver cuán tenprano empezó Luis á ensayarse en el suave yugo del Señor, y con cuanta razón se le podía aplicar aquel elogio que hace la Sagrada Escritura del niño Samuel, al afirmar de él que á la medida que iba adelantando y creciendo, se hacía más agradable á Dios y á los hombres (1).

(1) Puer autem Samuel proficiebat, atque crescebat, et placebat tam Domino quam hominibus. Ì. Reg. II, 26.

CAPÍTULO IV

CONSÁGRASE SAN LUIS Á DIOS EN EL PRIMER USO DE SU RAZÓN. SU SANTA VIDA HASTA LA EDAD DE OCHO AÑOS

1575-1576

QUEL Señor que dijo: Dejad á los niños venir á mí (1), aunque á todos los hombres llama y procura atraer hacia sí, desde sus más tiernos años; á nuestro Luis le tomó por suyo con singular predilección, asemejándole de varias maneras á los espíritus angélicos. Y así como antes que abriese los ojos del cuerpo á la luz de esta vida, ya se dignó engalanar su alma con la vestidura de la gracia, haciéndole sino igual, á lo menos semejante en cierta manera á los ángeles, los cuales reciben juntamente la naturaleza y gracia; así también le concedió que al abrir los ojos del alma á la lumbre de la razón, imitase á aquellos celestiales mensajeros que tienen de continuo fijas sus miradas en el rostro del Padre celestial (2): para Dios fueron las primeras miradas de su alma, para Dios las primicias de su puro co

(1) Sinite pueros venire ad me. Luc. XVIII, 16.

(2) Angeli eorum semper vident faciem Patris qui in cœlis est. Matth. XVIII, 10.

A

razón, para Dios los primeros frutos de su libre albedrío. Efectivamente, no bien hubo llegado á la edad de siete años, ilustrada de Dios su mente con luz más copiosa, y atraída con más abundante gracia su voluntad, ofrecióse por completo al servicio del Señor, dedicando á su servicio y alabanza todos los pensamientos, palabras y obras de su vida. Y es así que cuando más tarde descubría su alma á sus superiores, solía contar entre los más señalados beneficios que había recibido de la divina largueza, el de haberse convertido ya en aquella edad de la vanidad del mundo, como él candorosamente decía, al servicio del Señor.

Es por cierto muy hermoso lo que á este propósito depuso con juramento en los procesos el M. R. Padre General Mucio Vitelleschi. Estando un día este Padre hablando con Luis, giró la conversación sobre aquella sentencia del Doctor angélico, en que afirma estar el niño desde el primer uso de su razón obligado bajo pena de pecado mortal á enderezar toda su vida y acciones á Dios, que es el supremo fin para que fué criado. Haciendo aquí reflexión sobre sí mismo, Luis no vaciló en afirmar con grande sinceridad y llaneza que en esta materia no tenía ni asomo de escrúpulo; toda vez que estaba bien cierto de haberse totalmente convertido y dedicado al Señor con el auxilio de su gracia, tan luego como amaneció en su alma la luz de la razón. Cosa por cierto maravillosa, y que pone de manifiesto cuán claras y distintas conservó durante toda su vida las especies de aquellos primeros actos de su libre albedrío, siendo así que lo más común es quedar envueltos en una confusa niebla, como quiera que despertando entonces nuestras facultades intelectuales del prolongado letargo de la ni

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