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Martin, á quien habia medicinado el siervo de Dios las veces que habia estado enfermo, fué á despedirse de él, antes de embarcarse, y á pedirle que lo encomendase á Dios para que fuese próspero su viage. Llegó sin novedad á Nueva España; mas, hallándose de repente en peligro de muerte, por una grave enfermedad, acordándose una noche de la caridad y acierto con que el siervo de Dios lo habia mejorado en varias ocasiones, exelamó en estos términos: «Mi amado fray Martin, «mi enfermero, véme gravemente malo en esta ciudad. Dios «sabe la pena y congoja que padezco: pídele que me libre de «esta enfermedad. Diciendo estas y otras scmejantes súplicas, vió entrar por la puerta de su dormitorio al beato fray Martin, quién, despues de haber dicho: «Alabado sea Jesucristo por todos los siglos,» se acercó al enfermo, y le habló de esta manera: «Hermano flojo, tenga buen ánimo, confie en Dios, y sepa que de esta enfermedad no morirá. Quitóse al momento la capa y sombrero, y aplicó algunas medicinas al paciente. Atónito este, viendo al siervo de Dios en ese lugar, le preguntó donde estaba. Respondióle, «en el convento.» Díjole, entonces, qué cuándo habia llegado, y le contestó, ahora.» Alivióse mucho el enfermo con los remedios aplicados, y el siervo de Dios se despidió dejándolo consolado. Fué tanta su mejoria, que se levantó de la cama al siguiente dia, y luego que se repararon sus fuerzas, salió á buscar á su bienhechor en los conventos y posadas de la ciudad. No hallándole en ninguna parte, ni teniendo noticia de él, ni aun de su nombre, confundido y admirado, se decia á sí mismo: «¿Cómo es posi«ble que no esté fray Martin en esta ciudad, habiéndolo vis«to, y estado largo tiempo conmigo, curándome con sus me<dicinas?» Perplejo y asombrado, resolvió buscar al siervo de Dios en el convento del Rosario, luego que volviese á Lima, y asi lo verificó; pues, antes de ir á su casa, entró á mula eu la puerta falsa del convento. Mas, apénas habia entrado, cuando salió á recibirle fray Martin, y hablándole en baja voz, le dijo: Muy enfermo estuvo U. y muy desconsolado; pero Dios «es muy misericordioso, y socorre en las necesidades mas ur<gentes: séale agradecido, y sirvale con todo el afecto de su <corazon.>> Se apeó de la mula el hombre, asombrado del suceso, sin saber qué contestar al siervo de Dios, y antes de despedirse, lo abrazó tiernamente, y fué correspondido del mismo modo. Volvió el hombre al convento para informarse, si fray Martin habia hecho viage fuera de la ciudad; y habiéndole asegurado muchos religiosos que solo iba por pocos dias á Limatambo, cuando se lo mandaban sus prelados, cre.

ció su admiracion; y dando gracias a Dios, porque favorecia á su siervo con el don de agilidad, y el de penetrar las necesidades de sus prójimos, publicó el portento en todas partes.

Enfermó de peligro en la ciudad de Portobelo, un hombre nacido en ese mismo lugar, y amigo de fray Martin, porque habiendo estado anteriormente en Lima, lo habia curado el siervo de Dios en la enfermeria del convento. Hallándose solo en su cuarto, muy agravado de calentura, sudando, y con intensísima sed, se acordó de la caridad con que lo habia socorrido y medicinado el siervo de Dios, y confiado sin duda en el modo extraordinario con que auxiliaba á los enfermos, de lo que tendria tal vez noticia en Lima, imploró su asistencia de este modo: «Padre mio, fray Martin, mi amado, socór«reme en esta afliccion que tengo: múdame esta camisa que «está muy mojada, y dame un vaso de agua para mitigar la sed, «asi como me consolaste en la enfermería de tu convento.» Al punto vió entrar en su cuarto al siervo de Dios, llevando en una mano una camisa, y en la otra una jarra de agua. Acercósele, y habiéndolo consolado, lo hizo sentar: le mudó la camisa, le dió á beber agua, y despidiéndose desapareció. Asombróse el paciente, no solo de lo ocurrido, sino tambien de sentirse muy mejorado en el instante; y habiendo á pocos dias recobrado sus fuerzas, partió de Portobelo á Panamá, donde se embarcó para el Callao y llegó á Lima felizmente. Entrando por la cuadra de Belen, encontró á fray Martin, quien le dijo lo siguiente: «Hermano, sobre lo que pasó en Portobelo, no chable U. ni una palabra: sepa U. que importa mucho el secre«to; y procure olvidarse de lo que le sucedió.» Reconoció el hombre la humildad de su bienhechor, y cumplió su encargo, no refiriendo el prodigio, hasta despues que murió el siervo de Dios.

Sanó tambien á una muger gravemente enferma de erisipela en la cara, poniéndole paños mojados en agua rosada y sangre de pichon. Extrañó la medicina un hombre que se hallaba presente; y diciéndole á fray Martin que no creia oportuno ese remedio, le contestó haberlo visto aplicar, para esa enfermedad, en el hospital de Bayona de Francia, y que él él lo habia usado con buen suceso. La enferma sanó solo con ese auxilio, de lo que se infiere que el siervo de Dios, visitaba con el don de agilidad, á los necesitados aun en los paises mas lejanos. Y para probar que en Francia se ha creido, hasta ahora poco tiempo, que tenia esa virtud la sangre de pichon en esa enfermedad, debo decir que verdaderamente se usaba como remedio anodino en las inflamaciones, y que, como tal, se recomienda su eficacia, en la cirugía de Monsieur Lafaye.

ARTICULO II.

SU DON DE CLARIDAD.-Tembló tanto la tierra en Lima una noche, que hizo levantar á todos, recelando ruina. Uno de estos fué un español, que acompañaba á fray Martin, y yendo á dispertarle suponiéndole dormido, vió grande luz en la celda, sin que hubiese vela encendida, y á fray Martin hincado de rodillas, con el rostro inclinado á la tierra, los brazos en cruz, y el rosario en una mano. Llamóle en alta voz, y como no le respondiese, intentó alzarle con sus brazos; mas sintiéndolo muy pesado é inmoble, llamó á fray Miguel de Santo Donmingo, religioso donado, diciéndole que le parecia muerto fray Martin. Entró fray Miguel á la roperia, y viendo al siervo de Dios, rodeado de resplandores, infirió que estaba estático, y se fué sin decirle nada. Mas el español atemorizado, porque tal vez seria esta la primera vez que fué testigo ocular de ese prodigio, salió de la celda, y no quiso continuar su sueño esa noche en ella. Luego que lo vió por la mañana fray Martin, le dijo, que si queria proseguir viviendo en su compañia, no habia de decir á nadie lo que viese. Obedecióle el hombre, pues, habiéndolo visto en otra ocasion postrado del mismo modo, y rodeado de luz, guardó silencio mientras estuvo vivo.

Habiéndose sentado en el claustro principal un religioso de gran virtud, esperando la hora de tocar á maitines, cansado del mucho trabajo que habia tenido entre dia, se quedó dormido. Dispertóle un rayo de luz, que hirió sus ojos; y levantándose pesaroso, creyendo que era de dia, vió claramente que la luz salia del cuerpo de fray Martin, quien volaba desde el capítulo hasta el dormitorio de los conversos, sobre un globo de fuego, y con una cruz en la frente, que despedia muchos resplandorés. Siguiéndole para saber adonde iba, le vió entrar en la celda de otro religioso converso, llamado fray Martin Barragan, al cual reprendió severamente fray Martin de parte de Dios, porque hacia trabajar á los pobres que llegaban á la porteria pidiendo socorro; porque de ese modo no se les daba limosna, sino se les pagaba su trabajo.

Viéronle tambien varias veces algunos religiosos, que despues de haber orado largo tiempo y disciplinádose en el capítulo, volaba despidiendo muchos rayos luminosos, desde la puerta de dicha sala hasta el coro alto, cuya distancia es de ciento cincuenta varas, y la altura de diez y seis á diez y ocho; y que, luego, desaparecia haciéndose invisible.

Por último, al tiempo que se cantaban una noche maitines

solemnes, vió toda la comunidad bajar de lo alto de la Iglesia, una brillante luz, la que rodeaba á un bulto situado en el prebisterio del altar mayor. Fueron varios religiosos á ver lo que era, y hallaron al siervo de Dios estático, y coronado con esa luz celestial.

ARTICULO III.

SU INVISIBILIDAD. Se han referido algunos casos que acreditan haber recibido fray Martin este don, al modo que los bienaventurados, despues que resuciten, podrán á su arbitrio manifestarse ú ocultarse, segun enseña Santo Tomas. No puede dudarse de que le fué comunicada esta gracia como las demas; puesto que por su agilidad estuvo por algun tiempo volando todas las semanas al presidio del Callao, para socorrer á un soldado preso cargado de familia, y en suma miseria, sin faltar en su convento, lo que no pudo ser sino por los dotes de agilidad é invisibilidad. Tambien se ha dicho que se hacia invisible despues que comulgaba, para gozar de su amado Dios sin que nadie interrumpiese su oracion en ese feliz tiempo, que saben apreciar, como es debido, los verdaderos y fervorosos siervos del Señor. Pero la hostíl curiosidad de los religiosos en el tiempo que se disciplinaba, probó muchísimas veces su invisibilidad; pues, oyendo los golpes de la disciplina, se asomaban para verle, y no lo conseguian; y en algunas desaparecia, no obstante de que lo acechaban en la única puerta del sitio en que se maceraba.

A mas de estas repetidas pruebas, no debo omitir otra muy notable. Estando gravemente enfermo el padre fray Diego Ulloa, y asistiéndole fray Martin con otro religioso compañero, avisaron á los dos que un enfermo inmediato á la habitacion de, fray Diego, llamaba á fray Martin, para que le mudase túnica, sin duda porque estaria muy mojada de sudor. Salió inmediatamente el otro religioso, para auxiliar al paciente, y vió, con admiracion, que fray Martin le estaba mudando la túnica, habiéndolo dejado en el aposento anterior, sin que este tuviese otra puerta, y sin que el religioso le hubiese visto salir, lo que no pudo verificarse sino haciendo uso el siervo de Dios de su agilidad é invisibilidad, puesto que los dos cuartos estaban contiguos, y el compañero habia salido primero, dejando en él á fray Diego y á fray Martin.

Pocos hechos extraordinarios se leen en las vidas de los santos tan autorizados, como los dotes de bienaventurado que se admiraron en el beato Martin de Porres. Considérese que de casi todos

fueron testigos una comunidad de trescientos religiosos por dilatado tiempo, y que se repitieron muchas veces, ya á la vista del mayor número, ya á cada uno en particular. No pudieron engañarse los enfermos necesitados de su auxilio, que en alta noche le llamaron, ó solo con el deseo, ó tambien con la pala-. bra, y que fueron socorridos por el siervo de Dios, estando las puertas cerradas, llevando consigo los utensilios y medicinas que le pedian los pacientes; ni tampoco es creible que padeciesen ilusion cuantos le vieron, muchas veces, elevado mas de cuatro varas de la tierra. ¡Qué maravilla la de los novicios que huyeron al pueblo del Cercado! ¡La del que habia convenido con su padre en dejar los hábitos para ser tesorero! ¡La del holandés moribundo en el hospital, sin haber sido bautizado! ¡Qué portento el de entrar con las puertas cerradas para socorrer al moribundo fray Diego Medrano, caido en el suelo, porque los religiosos veladores se habian dormido á pierna suelta! ¿Cómo podrá dudarse del privilegio que gozaba de hacerse invisible, despues de comulgar, habiéndose hecho reiteradas pruebas para asegurarse de esta maravilla, y constando por todas ellas su realidad? Y ¿cuánto mas no debe crecer nuestra admiracion, al considerar que asi como, no solo penetraba los cuerpos sólidos, sino tambien hacia que los penetrasen las sábanas, camisas, brasero y demas utensilios que llevaba para socorrer á los enfermos necesitados en alta noche; del mismo modo se hacia invisible y hacia igualmente a otros, como sucedió cuando, por haber tomado la apariencia de colchon, y haciendo por su virtud, que la tomasen dos criminales perseguidos por la justicia, que entraron á su celda implorando su proteccion, no pudieron conocerlos ni el juez, ni sus ministros, porque solo veian en ellos tres colchones?

Reflexiónese que el don de penetrar los deseos de otras personas, y sus acciones reprensibles, se extendia hasta las cosas pequeñas y de menor importancia. Tales fueron haber entendido el deseo que tuvo su sobrina de un manto nuevo; el conocimiento de que los novicios habian comido la fruta que estaba en su cajon; y de que, habiendo tomado uno de ellos un peso de plata, sin que los demas lo advirtiesen, lo tenia guardado dentro de su zapato; el del sitio donde escondian algunos rateros la ropa que robaban de los enfermos &a. &a.

Merece tambien consideracion, que muchos de los novicios auxiliados del modo extraordinario que se ha dicho, eran maestros, predicadores generales, prelados ú Obispos, cuando se tomaron las informaciones, los que por su virtud y dignidad merecieron toda fé. Y, á mas de que muchos seglares fueron

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